Manila, fundada y gobernada por López de Legazpi, se convirtió a partir de 1565 en territorio dependiente del virreinato novohispano. A la llegada de los españoles al archipiélago, el circulante estaba compuesto por los prehispánicos piloncitos de oro, monedas de cobre batidas en China, los cauris (especie de pequeño caracol de mar) y el arroz.
En el Archivo General de Indias constan varias peticiones sobre labra de moneda en las islas en el siglo XVII, pero no hay constancia de que se atendiesen. La plata acuñada en las cecas indianas se convirtió en la moneda utilizada en las islas y en la divisa de todo Oriente. La gran cantidad de moneda de 8 reales con resellos orientales da testimonio de un flujo considerable de moneda hispanoamericana hacia Asia, con el archipiélago filipino como puente.
En el reinado de Felipe V se comenzaron a enviar las nuevas monedas de cordoncillo de gran perfección técnica que coexistieron con las recortadas, sin hacerlas desaparecer del circulante. La ausencia de moneda fraccionaria hizo que se cortasen en pedazos las monedas de 8 y 4 reales recibidas, conocidos como moneda cortada entre los españoles. También aparecieron las barrillas, que se citan en varias fuentes, pequeños lingotes y discos de bronce o cobre acuñados por una cara. Los pocos que se conservan están fechados de 1724 a 1728 y de 1733 a 1743.
El día 22 de septiembre de 1762, los ingleses ocuparon el archipiélago hasta el 12 de junio de 1764, cuando fueron expulsados de Manila por el ejército creado por Simón de Anda y Salazar. La escasez de moneda fraccionaria tras la guerra con Inglaterra hizo que el 25 de junio de 1764 el Cabildo convocase un consejo para discutir un plan para acuñar barrillas nuevas. El permiso lo otorgó el Fiscal, Francisco Leandro de Viana. En marzo de 1766, se acuñaron en Manila nuevas barrillas por valor de 5000 pesos. El 29 de julio el Cabildo envió una carta a Carlos III, adjuntando dos muestras de las nuevas monedas y solicitó la licencia para acuñar el mismo tipo de monedas en otras provincias. El 19 de diciembre de 1769, Carlos II emitió una cédula al gobernador General José Raón, informando de que, aprobaba la petición del Cabildo, podría acuñar el mismo tipo de moneda para dichas provincias, aunque bajo ciertas condiciones. La Audiencia debía supervisar las operaciones de acuñación y examinar todas las monedas acuñadas. Las monedas debían llevar el escudo de armas real, en lugar del sello de Manila. Las nuevas monedas eran cuartos y octavos. El 18 de marzo de 1771 se inició la acuñación. Terminada en el mismo año, las monedas pasaron a la Audiencia para examen. El 7 de enero de 1773 aprobó nuevas monedas y ordenó el retiro inmediato y la desmonetización de las barillas de 1766. Se enviaron muestras a España para su aprobación. La Cédula expedida el 10 de octubre de 1777 aprobó la acuñación, las marcas y matrices de las nuevas monedas y ordenó su distribución inmediata como dinero legal y corriente. En 1783 y 1783 se volvieron a acuñar y durante el reinado de Carlos IV en los años 1798, 1799 y de 1805 a 1807. Con Fernando desde 1817 a 1834 y con Isabel II en 1835.
Con la emancipación de las colonias españolas de América, el archipiélago se encontró con que la mayoría del numerario circulante procedía de países cuyo nuevo estado se hallaba en guerra con España. Ante esta situación, con el decreto del 13 de octubre de 1828, la Capitanía General de Filipinas ordenó que se contramarcasen todas las monedas extranjeras que se encontraran en Filipinas y que no se aceptasen si no cumplían dicho requisito. Este resello se utilizó en 1828, 1829 y 1830. El 29 de octubre de 1832 un nuevo decreto ordenó utilizar una nueva contramarca, más pequeña y con la corona real sobre la cifra del rey F.7.º. Con el reinado de Isabel II, el Supremo Gobierno de las Islas, el 20 de diciembre de 1834, ordenó inutilizar la contramarca con sus iniciales Y. II. Cuando España reconoció las repúblicas americanas, con el decreto del 31 de marzo de 1837, suprimió la contramarca por no ser necesaria. Desde entonces siguieron circulando legalmente en las Filipinas hasta 1903.
Durante el reinado de Isabel II las necesidades de moneda hicieron que finalmente se tomase la decisión de establecer una Casa de Moneda en Manila. La Real Orden de 17 de enero de 1857 adopta el Peso como unidad monetaria para las Islas Filipinas. Su establecimiento viene recogido en el Real Decreto de 8 de septiembre de 1857 y las ordenanzas de 19 de febrero de 1859 recogen su funcionamiento. La Casa de la Moneda de Manila fue inaugurada el 19 de marzo de 1861 y empezó la acuñación de monedas de oro con los cuños que se enviaron desde la Casa de la Moneda de Madrid. La acuñación de plata se ordenó desde Madrid en marzo de 1862, pero se retrasó, probablemente, porque la ciudad de Manila fue prácticamente destruida por un terremoto en 1863. En 1864, comienza de forma regular la acuñación de 10 y 20 centavos, y en 1865 las de 50 centavos de peso.
Tras el reinado de Isabel II se continuó acuñando a su nombre hasta 1880, cuando el Ministerio de Hacienda ordenó la acuñación de nuevas monedas con el busto de Alfonso XII. En agosto de 1880 los nuevos punzones, troqueles y matrices estaban preparados en Madrid, el 1 de septiembre se enviaron desde el puerto de Barcelona y en octubre se recibió la confirmación de su llegada a Manila. Por Decreto de la Intendencia de Manila de 22 de noviembre de 1880 se ordenó la acuñación con los nuevos cuños. Durante el reinado de Alfonso XIII, por Real Orden de 15 de abril de 1886, se decidió continuar acuñando con los mismos cuños y año 1885. Finalmente, dada su nula productividad, el Gobierno de Madrid, mediante el Real Decreto de 25 de octubre de 1889, ordena el cierre de la ceca.
En 1893, debido a la escasez de moneda fraccionaria que sufría el archipiélago filipino, se autorizó la reapertura provisional de la Casa de Moneda de Manila por Real Decreto de 15 de diciembre. Se permitiría acuñar moneda de 50, 20 y 10 centavos de peso, y piezas de bronce de 1 y 2 centavos de peso. Para llevar a cabo dicho plan se inició en Madrid el diseño de las nuevas monedas y en Manila las obras necesarias para su reapertura. Pero la revolución independentista iniciada en 1896 impidió llevarlo a cabo y ese año se ordenó nuevamente su supresión. El Real Decreto de 18 de abril de 1897 aprobó la acuñación en Madrid de la última moneda de ultramar, con la denominación de un peso, para circular en todo el Archipiélago. Finalmente, el 23 de diciembre de 1897 se firmó la paz con los rebeldes independentistas.
Tras la guerra hispano-estadounidense de 1898, Filipinas quedó en poder de los Estados Unidos. Con la ocupación norteamericana se estableció un nuevo sistema monetario. Todo el numerario circulante se desmonetizó y se envió a Estados Unidos para su fundición.